Guión literario para una ruta en el barrio del Raval
La ruta comienza con una reflexión sobre el tema principal de ‘El Banquete’, de Platón, el amor. Después de la cena, a la cual Sócrates llega tarde, los comensales deciden conversar sobre el amor. Así, conversando hasta el amanecer, exponen uno a uno su opinión sobre el amor para tratar de explicar qué es.
Buscando historias de amor en Barcelona recordé que hacía varios años atrás, cuando estudiaba Bellas Artes en Amsterdam, conocí a un amigo holandés que estudiaba en la misma clase. Él siempre hablaba que su sueño era irse a vivir a Barcelona. Así lo hizo a la primera oportunidad que tuvo. Después le perdí de vista. Volví a encontrarlo de casualidad un año más tarde. En una rápida conversación me contó que estaba de paso por Amsterdam y que se había enamorado de una chica en Barcelona. Tiempo después me enteré por otro amigo que Jan había vuelto con ella a Amsterdam y que vivían juntos. Lamentablemente en aquella ocasión no nos encontramos. No tenía idea qué había ocurrido entre Jan (23) y Montse (19), a la cual nunca llegué a conocer.
Así fue que 10 años más tarde, en un viaje a Amsterdam decidí, por pura curiosidad buscar a Jan para saber qué había sucedido con Montse. Cuando logré ubicarlo él se mostró muy contento y dispuesto a que nos juntáramos a conversar. Entonces me contó que estaba viviendo con una chica holandesa y que acababan de tener su primer hijo. La paternidad reciente lo había puesto de buen humor, lo que ayudó a que me contara su historia con Montse sin problemas.
Él la había visto por primera vez paseando por detrás del mercado de la Boquería. La vio pasar y le gustó de inmediato. Ella iba apurada y no se fijó en él. Pasó un mes y una noche de copas en el ‘Kentuky’ se encontró con ella junto a la barra, se pusieron a conversar y se dieron los números de teléfono. La primera cita fue en el patio del Hospital de la Santa Creu, porque ella estudiaba en la Academia de Bellas Artes de la Massana. Allí en la oscuridad de un rincón se besaron por primera vez, dibujaron un corazón en el muro con sus nombres. Jan que siempre había soñado con un amor apasionado se enamoró perdidamente.
Transcurridos unos meses, aprovechando que Jan tenía algo de dinero, se fueron a vivir juntos en un piso cerca de la plaza Salvador Seguí. Pasó un período feliz hasta que una noche en el “Marsella” ella le dijo que se sentía aburrida del ambiente en Barcelona y que quería vivir un tiempo en Amsterdam. A pesar que Jan no tenía ganas de volver a vivir en Amsterdam, y lo que quería era que siguiera todo tal cual estaba, le dijo que bueno, que irían a vivir allí. Jan recordaba que Montse había notado la falta de convicción en sus palabras y desde entonces la relación había cambiado. Él comenzó a presentir que ella lo dejaría.
Vivieron juntos más de un año en Amsterdam. Ella comenzó a salir con otros chicos, Jan se puso celoso varias veces, su carácter nórdico prevaleció hasta que una noche discutieron, ella se puso a llorar y le dijo que volvería a Barcelona. Días después se marchó. Él no soportó su ausencia y partió detrás de ella, aunque ella le había insistido en que quería estar sola. Montse se había instalado en casa de una amiga en la calle Carmen. El reencuentro relanzó la relación por unas semanas. Pero Jan se dio cuenta que Montse no lo soportaba, lo criticaba constantemente, y él hacía lo posible por impedir la separación. Hasta que llegó el día fatídico. Salieron por la mañana y Jan insistió en llevar la cámara fotográfica de Montse porque había olvidado la suya en Amsterdam y se le había ocurrido una idea para una serie sobre Barcelona, Montse le dijo que mejor que no porque se la podían robar, le sugirió que se pensara mejor su idea, Jan se enojó, volvieron a discutir. Al final salieron juntos y Jan llevó la cámara. Cuando pasaban juntos, discutiendo sobre sus problemas sentimentales, frente al Portal del Teatro por las Ramblas, en un momento de descuido un ladrón le arrebató a Jan la cámara fotográfica. Él lo persiguió por la calle del Teatro pero el ladrón logró escapar. Aquel hecho produjo la separación definitiva. Jan permaneció un tiempo más en Barcelona y volvió desilusionado a Amsterdam.
Cuando volví a Barcelona me dediqué a reconstruir la historia de Jan. Visité los lugares donde habían ocurrido los hechos, buscando las huellas tangibles e intangibles que había dejado esa historia de amor. Al mismo tiempo indagué sobre otras historias de amor que hubiesen ocurrido en los mismos lugares. Naturalmente encontré varias. La primera y tal vez la más sorprendente es la piedra grabada que hallé en la Boquería durante una renovación, junto al sitio donde Jan decía haber visto a Montse por primera vez. En la piedra había un corazón grabado y la frase: Carme t’estimo, 1901. Indagando supe que la piedra había sido grabada por un joven obrero que había participado en la construcción del edificio del mercado. La historia cuenta que Manuel (15) como no tenía dinero para hacerle un regalo de cumpleaños a su novia, grabó esta frase que quedó en el suelo. Con los años fue cubierta por los chiringuitos y reapareció con la renovación.
Yendo desde la parte de atrás de la Boquería hacia la derecha está la calle Carmen. Jan y Montse caminaron juntos muy a menudo por esa calle. Además en esa calle estaba la casa donde alojaron al final de la relación. Cuando en el siglo XVIII se construyó la nueva muralla de la ciudad y se inauguró la puerta de San Antonio, la calle Carmen pasó a ser un lugar muy importante porque por allí entraban las comitivas reales que llegaban de visita a Barcelona. Son muchas las historias de amor recogidas por los cronistas. Una de ellas empezó justamente cuando pasaba una comitiva de cortesanos acompañando al Duque de Granada.
Tristán (22) era el hijo menor de un pequeño comerciante de Valencia que había llegado a Barcelona para atender ciertos negocios de su padre. Como era típico en la época él se vestía de modo que pareciese más rico y respetable que su verdadera condición. Era alto, guapo y fuerte, de manera que su carisma le ayudaba a parecerlo. Sucedió que al salir de la posada donde alojaba y dirigirse a la ciudad por la calle Carmen fue testigo de cómo ocurría un pequeño accidente. El eje de uno de los carruajes de la comitiva se rompió, provocando un gran revuelo en la calle. Ayudadas por los lacayos bajó una mujer ricamente vestida acompañada de tres muchachas. Tristán se fijó inmediatamente en una, Lucrecia (16) que era bellísima. Con el barullo quedó muy cerca de ella y en un momento se cruzaron sus miradas. Él aprovechó de sacarse el sombrero y saludarla con una reverencia. Ella le respondió con una leve genuflexión. Rápidamente trajeron otro carruaje y la comitiva desapareció rumbo al centro de la ciudad por la calle Carmen.
Desde entonces Tristán se dedicó a buscarla, hasta que cuando creía que no la encontraría nunca más logró verla de nuevo en el mercado rodeada de un grupo de sirvientas. En un momento pudo sobornar a una de ellas para saber su nombre y quién era. Se enteró que era una de las damas de compañía de la duquesa. A la semana siguiente en el mercado subió la cantidad del soborno, así consiguió que le entregase una nota donde le declaraba su amor y le proponía una cita. A pesar que Lucrecia se había enamorado de él desde el primer momento en que le había visto, rechazó la cita porque desconfiaba de la sirvienta, pero después de varias tentativas ella accedió a verle porque se dio cuenta que no tendría otra posibilidad de ver a aquel misterioso y apuesto joven, cuyo recuerdo hacía que su corazón latiera más deprisa.
La cita fue concertada durante la noche, en el huerto de la casa de la duquesa. Después de un momento de nerviosismo y temor por parte de ella hablaron de sus vidas, luego Tristán, que había acudido con su mejor traje, consiguió abrazarla y besarla. Entonces apareció la gente de la casa guiada por la sirvienta, cuya traición provocó el prematuro fin del idilio. Tristán fue apaleado por los sirvientes y tirado a la calle, ella fue enviada a un convento. Pasó un año. Él fue a Valencia y volvió después de convencer a su padre para que le diera más dinero. Cuando volvió la buscó pero no supo más de ella. La tristeza que lo embargó lo hizo enfermar gravemente, casi en la indigencia fue internado en el hospital de la Santa Creu. Por aquellos mismos días a raíz de una epidemia habían acudido varias órdenes al hospital, para ayudar a atender la enorme cantidad de enfermos, apilados de a tres en cada cama o tirados por el suelo.
Así quiso el destino que Lucrecia como monja volviera a encontrar a Tristán en el hospital. Aquel mágico reencuentro lo revivió milagrosamente. Ella se las ingenió para que pudiesen salir sin ser vistos. El cronista de este escándalo de la época menciona que ambos tuvieron una hija, también escribe sobre la muerte de Tristán sin decir cómo murió. Con Lucrecia y su hija no se sabe qué pasó. Un detalle singular es que los dos amantes provenían de familias de conversos, la historia en su época servía para demostrar cómo el mal seguía en el corazón de los conversos de generación en generación, a pesar de su aparente devoción cristiana.
Otra de las muchas historias de amor que han tenido lugar en el hospital ocurrió a principios del siglo diecinueve, durante la ocupación francesa. Ocurrió que en un pueblo cerca de Barcelona, donde vivía la joven Margarita (16), una pobre campesina huérfana que habitaba sola en una pequeña casa de piedra, se replegó un batallón de infantería francesa. Como era costumbre los soldados alojaban en las casas de los pobladores. Y ocurrió que el pueblo, harto de la ocupación, urdió un plan para aniquilar la tropa. Acordaron que durante la madrugada, a la señal de las campanas de la iglesia, matarían todos al mismo tiempo cada uno de los soldados. Y así fue, sorprendidos por la acción ninguno logró escapar a excepción de Marcel (16), un joven tambor mayor que había pasado la noche en casa de Margarita. Marcel estaba herido, ella se compadeció, trató toda la noche de limpiar su herida y curarla pero no se atrevió a extraer la bala que tenía alojada en el hombro. Él le contó que había quedado huérfano y que por eso había partido a la guerra. Aquella noche ambos se enamoraron. Antes de que sonaran las campanadas Margarita salió con él rumbo a Barcelona con la esperanza de llevarlo a un hospital para que le salvaran la vida. Milagrosamente lograron llegar al hospital de la Santa Creu. Después de unos días de incertidumbre Marcel logró recuperarse. Ambos decidieron tratar de alcanzar el frente para cruzar juntos las líneas francesas. Pero cuando lo intentaban durante la noche fueron sorprendidos por una patrulla francesa que les gritó la contraseña, a pesar de los gritos en francés de Marcel, como no la sabían les dispararon y los mataron.
Abandonando el hospital de la Santa Creu por la calle de L’Hospitalet y yendo hacia la plaza Salvador Seguí llegué al lugar donde estaba el piso en el que vivieron juntos Montse y Jan. Estaba derruido y convertido en un solar abandonado. Las casas de enfrente aún estaban. Recordé que Jan comentó que siempre solía comprar en una tienda que había enfrente, cuya dueña era una señora muy simpática que se llamaba Dolores. El negocio ya no existía, en su lugar estaba un centro cultural de Sri Lanka. Cuando entré en el pequeño local vi que se estaba celebrando una boda. Hablé con el encargado explicando brevemente el objeto de mi visita y pidiendo permiso para entrar ya que mi motivación era encontrar historias de amor. Fui bienvenido y así conocí la historia de Shantar (25) y Yasha (28) que contraían matrimonio.
Siguiendo el recorrido por el Raval llegamos al bar Kentuky, en la calle del teatro, donde Jan y Montse hablaron por primera vez. Este bar nocturno, que existe desde finales de los setenta, es una beta de historias de amor. Para este guión he seleccionado una en especial porque tuve la oportunidad de conocer a Betina, (en el tiempo en que ocurrió su historia tenía 19). En realidad fue una amiga de ella la que me contó lo ocurrido sin que ella se enterara. Transcurría el año 1979 y Betina vino con una amiga, con la idea de hacer autostop para recorrer España. Eran las típicas mochileras inocentonas de la época. Hasta que llegaron a Barcelona y una noche se metieron en el Kentuky que estaba repleto de marineros americanos y de toda una gente estrafalaria en comparación a lo que ellas habían visto en su Düsseldorf natal. Entonces apareció Ali.
Fue un flechazo para Betina. Su amiga comentaba que cambió completamente, se quedó embobada por aquel marroquí. Ella misma, cuando él se acercó a hablarles, había sentido temor de su aspecto, era guapo pero inspiraba miedo. Ali era camello y según él mismo decía tenía la mejor heroína de Barcelona. Después de la primera noche de amor con Ali, el cuerpo de Betina se transformó en una bomba llena de sensualidad. Tras unos días abandonó su vestimenta de mochilera por tacones, faldas cortas, escotes atrevidos. Tiñó más rubio su rubio natural. Su amiga se cansó de tratar de hacerla entrar en razón y se fue sola de regreso a Alemania. No supo más de ella hasta dos años más tarde. Betina le contó que había terminado enganchada a la heroína y trabajando de puta para Ali. Cuando su amiga le preguntó cómo había logrado escapar de esta situación, Betina le dijo que una noche que estaba como siempre, apoyada en el dintel del portal de un hotel en las Ramblas frente a la Plaza del Teatro, esperando clientes, se fijó en el suelo que pisaban sus tacones, observó algo que nunca había visto hasta ese momento, y descubrió que los tacones de todas las putas que habían estado de pie allí, como ella misma, taconeando nerviosamente el piso, habían ido horadando el mármol de la grada de entrada a través de los años, creando dos profundos y perfectos orificios. Sintió que eran como dos ojos horribles que la miraban burlándose de su vida. No pudo aguantarlo, cogió lo que tenía y se marchó a Düsseldorf. Su amiga no sabía si creerle o no, a lo mejor había pasado algo que Betina no quería contar, tal vez la policía la había detenido. Guiado por mi curiosidad, al regresar a Barcelona, lo primero que hice fue ir a comprobar si a pesar de los años transcurridos de esta historia, existían aquellas singulares huellas. Después de mucho buscar, para mi propia sorpresa las encontré intactas en dos portales de dos edificios que estaban frente al lugar donde le robaron la cámara a Jan.
Historia de María.
Lo primero que hice en la calle Carmen fue ir al piso donde Jan y Montse estuvieron juntos por última vez. El piso está ubicado en la segunda planta de un edificio muy singular, donde hay una tienda que se llama ‘El cacique’. Aún vivía allí la amiga, Teresa (35), aunque el piso había sido completamente renovado. Le expliqué el motivo de mi visita y mi interés por las historias de amor. Encantada por ayudarme me invitó a pasar y me presentó a una amiga ecuatoriana, María (25) que casualmente estaba de visita. Después que hablamos de la historia de Jan y Montse y de lo que Teresa recordaba, ella me comentó que si lo que buscaba eran historias de amor, ya que estaba allí, por qué no escuchaba la historia de María.
A la edad de 19 años ella trabajaba en un gran hotel de Quito. Allí conoció a Hans (51), un alemán que era cocinero jefe del hotel. Él se enamoró de ella y la pidió en matrimonio. A ella le caía bien, la trataba con respeto y cariño. Su madre la convenció que esa era la oportunidad que tenía para poder irse a Europa, donde podría tener un mejor futuro. Y María convenció a Hans que si se casaban irían a vivir a Alemania. Hans era el típico alemán que odiaba Alemania, por eso se había ido muy joven, por cosas del destino había llegado a Quito donde se sentía muy contento con su trabajo. El amor por María pudo más y decidió volver casado con ella a Colonia, su ciudad natal. Pero cuando llegaron a encontrarse con su familia después de tantos años, los recibieron fríamente, haciéndoles sentir un profundo rechazo. Hans tampoco tenía muchos amigos en la ciudad porque se había ido hacíatreinta años. Se instalaron a vivir cerca de Chlodwigplatz.
Después de algunos meses sus vidas comenzaron a ser aburridas. Hans no podía conseguir trabajo, estaba solo y aislado, rechazado por su familia. María no hablaba alemán, no conocía a nadie y su naturaleza tímida no ayudaba a romper su aislamiento. Un día, mientras paseaban por la plaza de la catedral, junto a un viejo pórtico romano, encontraron una inscripción grabada en una de las piedras del suelo que decía: ‘This could be a place of historical importance’. María aún recordaba la frase, cuyo significado le explicó Hans, porque en ese momento vio pasar a un joven que le pareció guapísimo. Dos meses más tarde María estaba hablando por teléfono con Hans desde una cabina telefónica en el centro de la ciudad, para decirle que llegaría más tarde porque quería hacer unas compras y cuando colgó apareció Boris (28). Le pidió cambio para hacer una llamada. Lo reconoció inmediatamente, era el joven que había visto en la plaza de la catedral. Boris hablaba algo de español porque una vez había seguido un cursillo con la idea de irse a trabajar a España, además vivía en el barrio de Chorweiler, en el cual viven muchos extranjeros, allí tenía varios conocidos sudamericanos. El encuentro fue amor a primera vista. Boris era polaco y trabajaba como taxista.
Así fue que se hicieron amantes. María trató de ocultar su aventura a Hans, sin embargo él se dio cuenta rápidamente que ella tenía algo con otro hombre. Pero también entendió que ella era una mujer joven y que él en la situación en que se encontraba no podía hacerla feliz. En el comienzo de la relación salían juntos en el taxi de Boris, de esta manera María pudo conocer la ciudad, los parques, el río, había sido una época muy romántica oscurecida por su sentimiento de culpa con Hans que nunca le preguntó nada, ni cambió en su actitud hacia ella, siguió siendo el mismo hombre cariñoso de siempre. Aunque Boris la presionaba para que pasaran una noche entera juntos, después de los apasionados encuentros María prefería volver con Hans por las noches.
Transcurridos unos meses Hans enfermó gravemente y murió. María cayó en un estado de desesperación, los gastos de la enfermedad la dejaron sin dinero, al final decidió irse a vivir con Boris. María se mudó a Chorweiler. Pero allí descubrió que Boris no era el hombre que ella había pensado que era. Llegaba borracho tarde por la noche, era sucio, desordenado, nunca tenía dinero, exactamente lo contrario de Hans. Un día le pegó. María se había puesto a trabajar en una fábrica y debía levantarse a las cinco y media, su único consuelo era cuando iba a un locutorio telefónico y hablaba con su madre en Quito. Ahí fue donde le contó que una prima suya se había ido a vivir a Barcelona con su marido, habían prometido ayudarla si iba para allá. María no lo dudó mucho. Dejó todo en Colonia y se vino a Barcelona. Al final de la conversación afirmó con una profunda tristeza que tenía la sensación de que nunca más encontraría un hombre que la amara como Hans la había amado. María vive ahora en el Raval.
Algunos detalles históricos de la ruta.
El tour parte desde la puerta del Palau de la Virreina, un palacio del siglo XVIII que construyó un Virrey retirado que murió antes que el palacio estuviera listo, así se fue a vivir la viuda y quedó con ese nombre. Se va por la Rambla, que viene del árabe y significa lecho del río. Allí estaban los muros de la ciudad medieval, entre los cuales un príncipe árabe se enamoró de una princesa barcelonesa. Pero esas historias no son del Raval. Raval significa sitio eriazo. Deshabitado, hostil. En el período romano había huertos. Durante el período medieval allí se construyeron varios conventos, que no tenían temor de estar en los extramuros, aquellos eran los lugares donde los viejos, enfermos y pobres iban a bien morir. Más que asistencia médica los monjes daban la extremaunción, les daban de beber y asistían a los moribundos hasta que morían.
El tour entra por la Boquería, donde Jan vio a Mónica. Este lugar también había sido un convento, que las tropas francesas derruyeron, convirtiendo el lugar en una plaza, que fue cubierta en 1901 para dar cobijo al mercado de la Boquería que se encontraba en la plaza del mismo nombre.
Saliendo del mercado hacia la derecha está la calle Carmen, que pasó a ser una calle muy importante, junto a la calle del Hospital, en el siglo XVIII cuando se construyó la nueva muralla, cuya puerta estaba en San Antonio. Por esa calle entraban las comitivas reales. Eso hizo que fueran calles donde se instalaran numerosos comercios, hostales, caballerizas.
El edificio del Hospital de la Santa Creu es sin lugar a dudas el edificio más interesante del Raval, y el más antiguo. La primera piedra fue puesta en 1401. Primero se construyó la parte del edificio que da a la calle Hospital. Allí se apilaban los moribundos de a tres o cuatro por cama, incluso en el piso. Hasta comienzos del siglo XIX hubo sólo un pozo de agua que es el que aún se conserva. Con el tiempo se constató que no todos los enfermos morían rápidamente, sino que algunos se curaban después de ciertos cuidados. Así se decidió en el siglo XVIII construir la Casa de Convalecencia, o Casa de Complacencia, según un chiste popular de la época, este edificio da a la calle Carmen.
El tour sale del hospital de la Santa Creu por la calle de L’Hospitalet y va hacia la plaza Salvador Seguí por una calle estrecha. Alrededor de la plaza los edificios están siendo derruidos. Alguno sobrevive milagrosamente pero se nota que pronto caerá. En la calle San Rafael queda uno porque un andaluz dueño de un bar ubicado en la planta baja quiere que el ayuntamiento le pague más. Al frente, donde había un tablado en los 70 ahora hay un centro que agrupa a los vecinos de Sri Lanka. Una cuadra más allá, en los 20 los sicarios de la patronal catalana, mataron a tiros a Salvador Seguí, el líder anarquista, y a su amigo. Más abajo estaba el bar donde jugó su última partida de billar antes que lo mataran, con su primo hermano Compayns. La única huella es una placa recordatoria puesta por algunos vecinos.
Las historias son interminables. En la esquina de San Pablo con San Ramón las putas negras se apoyan en el muro del Marsella, que todavía está cerrado, donde a fines del siglo XIX se bebía absenta, y a la vuelta estaba el fumadero de opio clandestino. Por el camino se nos suman paseantes curiosos, personajes de la calle. Pasamos por un locutorio telefónico, la mitad del establecimiento es una barbería. Por dos euros un barbero pakistaní afeita con una gran navaja, como en los viejos tiempos. Los cubículos del locutorio parecen sórdidos y desolados, huelen a desodorante ambiental barato, pero también están llenos de vida, muchas veces es un lugar donde el que habla es feliz de poder hablar con aquella gente que quiere y que está muy lejos. Hablar con alguien en otra parte que está dispuesto a escuchar en tu idioma, a sentir tus sentimientos.
El tour va rumbo al bar Kentucky. Allí Mónica y Jan hablaron por primera vez. El bar se llama Kentucky porque data de finales de los 50, cuando la flota americana repostaba en Barcelona. Así los duños de los bares cercanos a la zona del puerto les ponían nombres así a los bares para atraer a los marineros americanos. Es famoso que allí un marinero asesinó una prostituta provocando un levantamiento de los vecinos que lo querían linchar. Finalmente el tour, después de una copa, sale rumbo a la plaza del Teatro, donde a Jan le robaron la cámara. Luego se cruza la Rambla contando que en aquella plaza se encontraba el teatro de la comedia en el siglo XVIII. El tour llega a la puerta del edificio donde Betina había trabajado de prostituta para Ali y donde descubrió la huella de los tacones de las otras prostitutas que como ella habían trabajado allí durante años. Encontramos esas huellas y se conversa con un anciano que cuida el edificio, ahora abandonado.